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martes, 26 de junio de 2012

Aceptar las críticas


Son un estímulo para el desarrollo personal, siempre que aprendamos a realizarlas y encajarlas. 

 Tienen mala fama, posiblemente porque estamos más acostumbrados a su faceta destructiva que a su aspecto enriquecedor. Pero sin esa capacidad para ver el lado menos favorable de las cosas nos privamos de la tensión que nos permite mejorar. 

 Sabemos que casi siempre es mejor expresar con tacto lo que nos desagrada que callarlo y dejar que el resentimiento crezca, pero primero hay que aprender a expresar y recibir las críticas. El objetivo de una crítica suele ser promover un cambio, sin embargo, a menudo no surte el efecto deseado. Si queremos que nuestro mensaje sea escuchado, es necesario emitir un juicio sin herir la estima de la otra persona, y eso no siempre es fácil. Es importante, en este sentido, respetar siempre el valor de la otra persona. La crítica que se utiliza como manipulación, para que los demás se adecuen a nuestros deseos, para descargar nuestra rabia o frustración, o para reafirmarnos como superiores supone menospreciar al otro y produce efectos nefastos.

 Para evitarlo, podemos empezar cualquier crítica con un reconocimiento sincero de las virtudes o de lo que nos aporta la otra persona. En ocasiones resulta útil indagar qué necesidad propia se esconde tras la crítica para poder expresarla de un modo personal, hablando de cómo nos sentimos o qué necesitamos, en lugar de acusar. Otra buena táctica es especificar al máximo lo que nos disgusta sin generalizar sobre toda la persona. Así reducimos la probabilidad de ofenderla y aclaramos nuestra demanda.

 Sin miedo al rechazo 

 Uno de nuestros mayores miedos es el temor al rechazo y, por eso, a menudo nos cerramos ante las críticas. Sin embargo, aunque podemos rechazar la imagen de nosotros mismos que nos ofrecen los demás, si lo hacemos, nos empobrecemos. Cuando existe una base de confianza y respeto, tanto los elogios como las críticas sirven como impulso de mejora.



CRISTINA LLAGOSTERA
  Psicóloga y Psicoterapeuta   

martes, 19 de junio de 2012

Los principios de la sinceridad




  1. La sinceridad es cosa de dos. Deja de ser virtud cuando no se tiene en cuenta al otro.


  1. Cuando decimos “te lo tengo que decir”, es probable que malinterpretemos la sinceridad. Nos quedamos más tranquilos, pero seguramente no ayudamos al otro.


  1. La crítica no es sinceridad, es juicio. Es importante distinguir entre lo que es hacer una observación, “te digo lo que percibo sin decirte lo que me parece” y emitir un juicio, “te digo lo que opino sobre lo que percibo”.


  1. Los juicios muestran nuestra no-aceptación del otro. Nos convierten en “denunciantes” de los errores del otro y, por lo tanto, en pésimos compañeros de viaje.


  1. Aceptar no significa estar de acuerdo. Todos tenemos nuestros valores. Aceptar es: “Yo te acepto con tus valores, en el especial momento de tu desarrollo personal”. Sólo quien nos acepta nos ayuda a crecer.


  1. Administrar la sinceridad significa valorar dónde se encuentra el otro y qué puede o no puede recibir. Significa preguntarse en cada momento qué efecto producirá en el otro lo que yo vaya a decirle.


  1. En nombre de la sinceridad podemos herir al otro. Esta es sin duda la manera más eficaz de mantener la distancia con los demás. Cuando el otro no está preparado para recibir nuestra sinceridad pueden abrirse grandes brechas entre nosotros.